¿Qué pasa dentro de un Country?
A modo de introducción
Para algunos los country funcionan como un mundo paralelo. Anhelo de paraíso deseado. Elixir de las crueldades del inframundo que azota a los desdichados que cohabitan fuera del muro protector. Son los condenados disponibles al sacrificio a campo abierto.
Sobre los habitantes muro adentro, la masa popular rumorea que ahí se encuba una muestra de lo peor de la especie. Laboratorio permanente para la producción, reproducción y perfeccionamiento de los dueños de la pelota.
Los inquilinos del muro aducen ser víctimas de una envidia sin fin. Se definen como el resultado de la meritocracia positiva por sobre la vagancia e inoperancia de los extramuro. Lo único claro es que forman parte de la renovada y glamorosa burguesía autóctona.
Viaje e ingreso
Uno viene por la ruta, y a sus márgenes, en forma periférica, la vista detecta emergentes paredones. Fortalezas contenedoras de otras realidades y preocupaciones.
Al llegar uno enfrenta el ingreso. Con el auto en “punto muerto” y el freno de mano al tope se apresta al futuro control. Todo simula un puesto fronterizo aduanero. Solo faltan los perros “olfateadores” de narcóticos y explosivos. Por un instante, nos invade la sensación de encarnar la piel de un mexicano y su prole prestos a traspasar a Gringolandia.
La primera posta está franqueada por fulgurantes conos naranjas. Lo que sigue es la requisa. Un lumpen del bajo mundo sale de la garita de seguridad. Nos recibe amable. Intenta mostrarse sagaz y observador. Insinúa un breve interrogatorio. Hay que explicar nuestras intenciones. Estar en la lista de los “esperables” alivia el trámite. Pero cuidado, no siempre.
Lo que sigue divide aguas: “abra el baúl por favor”. Para algunos, simple protocolo, para otros, golpe bajo y principio de indignación.
La fase uno cierra con una mirada desconfiada por el interior del auto. “¡Qué pase!”, se escucha del handy. Los conos se corren.
Apenas se recorren unos metros hasta la barrera principal. El acceso total está próximo. Antes, el ultraje final se consuma: “documento por favor”. Soy de los indignados.
El auto
La suerte del visitante es variable. Aquellos que llegan en frondosas camionetas o máquinas deportivas de última generación rearmonizan el paisaje, lo potencian. Conclusión: ingreso express. No hay VTV.
Después están los visitantes que involuntariamente arriban y descomponen el concepto del lugar. Traen la visual, el sonido y aroma del conurbano profundo. Autos con poco brillo y muchos kilómetros. Escapes roncos y paragolpes mal ajustados. Máquina y ocupantes son modelos para el goce de arqueólogos, antropólogos y otros.
Estos sujetos son sospechosos de tiempo completo. Requieren revisión de entrada y salida. Si hay VTV.
En las entrañas
Cuando los visitantes ingresan atrás quedan las costumbres del barrio a cielo abierto. Los posibles antojos no se pueden cumplir. Si alguien quiere algo del kiosko o la panadería deberá salir y hacer kilómetros para encontrar lo deseado. Y por favor, ¡no se olvide nada!
De entrada resaltan los carteles de máxima veinte, niños jugando. !Pero cuidado! que los retoños se divierten con los “cuatri” a paso súbito, repetidamente, fuera de la ley. ¿Los Caprichitos de Oaky?
No faltan los adolescentes sentados o desparramados en las insignificantes rotondas. Reducen la acera, ¿y? Nada los perturba y los mueve. El conductor debe detener el auto y esperar que las “vacas sagradas hindúes” se muevan.
La movilidad infanto juvenil, que es mínima, sobresale en proporción a un sitio donde la quietud gana.
Las casas se reproducen como fotocopias. Las diferencias radican, casi con exclusividad, en el tamaño. Predominan los colores ocre y algún terracota que destaca entre tanta palidez.
La idea de un verdadero entorno campestre está fuera de catálogo. Uno tiene la sensación de ser un pequeño muñeco que habita en una coqueta maqueta tamaño natural. Todo es rígido, adusto, como resultado del “contrato” de estilo y gracias a los arquitectos de revistas. Por doquier se respira el exceso en el arte de la clonación. Sí, irremediablemente aburrido. Una mirada en línea recta evoca una recorrida entre ceremoniosos mausoleos. ¿A qué nos recuerda el mármol, el césped, los pájaros y el silencio?
Algunos opinan que gana la apariencia por sobre el uso. Otros, mal pensados, hablan de espiritualidad blanqueadora.
Qué se puede hacer salvo ver películas
El sol es digno de disfrutar e invita a una caminata. A poco de comenzar estoy detrás de dos mujeres que conversan efusivas. De la plática se desprende que ambas viven en el country. Una parece que lleva poco tiempo. Hace consultas de todo tipo. Puntualmente, Pregunta sobre el servicio doméstico; su acompañante responde: “mañana a la mañana están todas las “muqui” en la puerta” vos elegís la que te gusta”. Quedo absorto. ¿Elección de la reina del lampazo o simple subasta?
Siguiendo en el rubro ocio, si hay algo que abundan, son las piscinas. Pulcras y radiantes destellan bajo un cielo despejado. Los” purretes” chapotean con y sin flotadores mientras los padres gesticulan con evidente mal humor. Abunda el “dale boludo”.
En las canchas de fútbol no se avistan jugadores. La sensación es que nunca un botín pisó el césped. Los dueños del medio campo son los teros siempre dispuestos al juego recio. El espolón desenvainado espera gresca.
Una plaza pequeña y deprimente, como la de cualquier barrio, tiene el agite de un feriado. Un abuelo y su nieto deambulan entre los juegos.
En el lago artificial se lleva a cabo uno de los principales entretenimientos del domingo por la tarde: darle de comer a los gansos. Estos plumíferos conforman una banda de rufianes glotones dispuestos a todo por unas migajas. Esa pandilla sabe generar suficiente terror y por ende adrenalina. Lejos lo mejor del country.
El adiós
La garita está mateando. La bolsa de bizcochos de grasa es la responsable de que “Don seguridad” no pueda hablar. A pura seña manual hace el “pasa, pasa”. No hay sellado de pasaporte.
La ruta de vuelta está cargada. Autos y camiones forman una larga oruga que se desplaza con total parsimonia. El cielo rosado y los últimos destellos de luz pegan directo a los ojos. La radio dispara los resultados de otra jornada futbolera. Avellaneda canta y festeja.
Atrás queda el country y su mundo. Adelante la vuelta al barrio sin muros pero enrejados hasta el cielo y más. Ironías del mundo de hoy.
Al volante uno ya piensa en el lunes.